Dos amigas. Tan amigas que son hermanas. Solo una sombra sobre su amistad:
“Mientras que una crecía confiada
Mimada por la vida y sonriente
La otra se sentía desgraciada…”
Despojamos a Fedra y a Medea de sus peplos y las traemos hasta nuestros días, convirtiéndolas en seres aparentemente grises. Solo cuando surja el conflicto asumirán de pronto una fatalidad antigua, bajo cuya influencia arrasarán con cuanto se interponga en su camino. De fondo, Cádiz, una ciudad de perfil macondiano, donde todos los elementos cotidianos adquieren una dimensión mágica que presagia la tragedia: el perturbador viento de levante, anunciado por la flauta del afilador y por la presencia del circo en las afueras de la ciudad, el trino de los pájaros, el coro de los vecinos…
Este espectáculo es una tragedia atravesada de punta a punta por la carcajada, como no podía ser de otra manera en un espectáculo de LAS NIÑAS DE CÁDIZ. Es la herencia de la tierra de la que venimos, y a la que siempre volvemos, Cádiz, donde aprendimos que en toda historia terrible hay una paradoja que puede llevar a la comedia; y, al contrario, en todo arranque de humor hay siempre un fondo trágico.